OuterNeT, Loon y la futura teledifusión

Carlos Cortés Las comunicaciones globales y los servicios de teledifusión actuales — incluyendo deportes, noticias, estado del tiempo y entretenimiento en vivo — dependen de satélites que orbitan la tierra con una vida útil de 15 a 25 años.

Por Carlos Eduardo Cortés

Y en una época de consumo multimedial y multiplataforma, el futuro de la teledifusión está ligado forzosamente al desarrollo de la Internet, los dispositivos móviles y el uso del espacio.

La muy premiada película “Gravedad”, escrita y dirigida por Alfonso Cuarón, nos recordó, entre otras cosas, que cualquier intento de seguir aprovechando el espacio como recurso natural requerirá innovadoras soluciones de limpieza.

Tras casi seis décadas — desde el Sputnik 1 en 1957 — la humanidad ha realizado unas 4.500 misiones espaciales, tripuladas y no tripuladas, dejando en órbita igual número de satélites artificiales, de los cuales sólo unos 1.000 continúan activos.

Se estima que hay unos 500.000 objetos convertidos en basura espacial de menos de 10 centímetros de diámetro, imposibles de rastrear desde la Tierra.

Un resultado indeseable es que hoy tenemos miles de escombros esparcidos por todas las órbitas terrestres bajo el supuesto que el cielo era demasiado grande como para preocuparnos por dejar objetos alrededor del planeta.

Solo hasta 1978, Don Kessler, científico de la NASA a cargo del programa de investigación de escombros espaciales, cuestionó ese supuesto y advirtió que el riesgo de desastres generados por los desechos ya había superado el de los meteoritos que podrían alcanzar la Tierra.

En la órbita baja, a una altitud entre 200 y 2.000 kilómetros, cualquier objeto completa una vuelta al planeta cada 90 minutos, a velocidades de 28.000 kph (diez veces más que una bala de rifle).

Los restos del tamaño de una canica, a esa velocidad, tienen la energía destructiva de una granada de mano. Cada vez que el transbordador espacial retornaba a la Tierra, sufría unos 100 impactos de objetos cuyo tamaño era inferior a tres milímetros.

Con el uso comercial del espacio en aumento, así como dependemos cada vez más de la “nube” en Internet, hoy presenciamos un uso más intensivo de las órbitas terrestres para colocar infraestructura esencial de comunicaciones.

El llamado “Síndrome de Kessler” significa que cualquier colisión en el espacio, a 28.000 kph, inicia una reacción en cadena cuyo crecimiento exponencial, con un factor de diseminación de 100, podría destruir buena parte de toda esa infraestructura.

De ahí que altos estándares de mitigación y protección contra escombros sean hoy una práctica común en la fabricación de satélites, cada vez más protegidos contra ese riesgo.

Pero, las medidas nuevas no pueden defendernos de la vieja basura espacial que estará en el espacio por décadas antes que el deterioro orbital la queme en la atmósfera o traiga de regreso los fragmentos más grandes.

Sin embargo, pese al escenario catastrófico, el futuro de la interconectividad humana, incluso en términos políticos, tiende a situarse en órbitas espaciales e ideas de usos no comerciales del espacio.

El ejemplo principal es la fundación neoyorquina “Media Development Investment Fund (MDIF)”, y su proyecto OuterNeT, como versión moderna de la radio de onda corta, o BitTorrent desde el espacio.

Destinado a cerrar la llamada “brecha digital”, por culpa de la cual dos tercios de la población mundial todavía no tienen acceso a Internet, OuterNeT difunde datos mediante una constelación de CubeSat: mini-satélites de bajo costo puestos en órbita en cubos de 10 centímetros.

Su objetivo, desde 2012, es interconectar el planeta, eludir la censura, asegurar la privacidad, y ofrecer un servicio de información universalmente accesible, sin costo alguno para los ciudadanos del mundo.

El MDIF no está sólo en el intento. A Google también le preocupa la brecha digital.

El Proyecto “Google Loon” (contracción de baloon), lanzado en 2013, es una red planetaria de globos aerostáticos que viajan en la estratósfera, sobre el límite con el espacio exterior, a 50 kilómetros de altitud, y ascienden o descienden hacia las distintas capas de viento para movilizarse.

Loon está diseñado para conectar a los habitantes de zonas remotas o rurales y alcanzar zonas con falta de cobertura, para que las personas puedan volver a tener Internet después de una catástrofe, incluso cuando no funcionan las redes de telefonía celular.

Estas visiones de “planeta conectado” podrían profundizar los actuales cambios en los modelos de negocio de los grandes conglomerados privados de telecomunicaciones y teledifusión.

Pero, para reducir la fragilidad de la infraestructura espacial, amenazada por el “Síndrome de Kessler”, alguien tendrá que limpiar el actual desastre.


Carlos Eduardo Cortés es especialista en medios digitales y escribe su columna desde Estados Unidos. Sus opiniones son personales y no implican necesariamente a TV Technology.